Este artÃculo puede contener spoilers, te recomiendo que veas la pelÃcula antes de leer.
En la Europa de los siglos XVII y XVIII quienes querÃan matarse cometÃan asesinatos para ser ejecutados. Tras confesarse, limpios de pecado, esperaban entrar en el cielo y evitar asà la condenación eterna que aguardaba a los suicidas. La mayorÃa eran mujeres y sus vÃctimas sobre todo niños. Hay más de 400 casos registrados sólo en regiones de habla alemana.
No es que carezca yo de objetividad habiéndome declarado, quizás demasiadas veces, una súbdita incondicional de la supremacÃa melancólica y mÃstica del folk horror. Con toda la franqueza que les puedo ofrecer a través del palpable entusiasmo que me ha movido a escribir esta suerte de análisis, El baño del diablo ha marcado un antes y después en mÃ. Como cinéfila, como aspirante a directora y -no menos importante- como mujer.
La última joya de Veronika Franz junto a Severin Fiala nos recuerda en un slow burn -a mi parecer- perfectamente ejecutado que el miedo no siempre obedece a los tropos convencionales. Que, a fin de que algo nos resulte visceralmente aterrador y nos revuelva por dentro, basta con tocar ese nervio oculto y bien resguardado que nos hace discernir la amenaza en la cotidianidad. Esas pequeñas cosas que, con un mecanismo tan sencillo como la consciencia repentina o el despertar emocional, transmutan en un infierno aniquilador. Asà de fácil y a la vez qué complicado.
Los acontecimientos de este largometraje son dolorosamente reales y datan, como ya se mencionó, del siglo XVIII. Nos metemos hasta el cogote en las arenas movedizas de la angustia femenina, del inconformismo y el cuestionamiento (voluntario o no) del status quo, testigos casi voyeristas del proceso silencioso que llevaba a las mujeres a recurrir al infanticidio como una vÃa retorcida de expiación del alma, en un contexto dominado por el fanatismo religioso y el uso constante del infierno como destino inevitable de subversivos y suicidas. Los cimientos de esta historia son eventos documentados en Alemania, cuyas protagonistas fueron Agnes Catherina Schickin y Ewa Lizlfellner, entre otras.
Un poco de contexto literario
Se usa como fuente Suicide by Proxy in Early Modern Germany: Crime, Sin and Salvation (World Histories of Crime, Culture and Violence) de Kathy Stuart.
Primavera, 1704. La misteriosa criada, Agnes Catherina Schickin, aparece en un pueblecito alemán aislado entre bosques y prados. Aparentemente desorientada, la forastera embauca a un niño para que la guÃe por los senderos intrincados hacia otro de los poblados colindantes bajo la promesa de una recompensa sustanciosa. Horas más tarde, en plena noche, le arrebata la vida con un cuchillo y se entrega a las autoridades para confesar el crimen. Su castigo: la decapitación en la plaza pública.
Este no fue un caso aislado. Otras como Johanna Martauschin y Ewa Lizlfellner siguieron un patrón replicado motivadas por una certeza aterradora: el suicidio era el peor de los pecados y alejaba a sus vÃctimas del paraÃso, condenándolas a una eternidad de tortura y peregrinaje en un limbo angustioso. El asesinato, sin embargo, podÃa ser perdonado si se mostraba arrepentimiento.
Franz y Fiala aúnan estos los indicios históricos en su protagonista, Agnes (interpretada por Anja Plaschg), una joven cautiva de la monotonÃa y la depresión en la Austria rural de 1750.
Sobre la pelÃcula
Una mujer se escabulle entre boscajes. En sus brazos resguarda un bebé al que, tras una travesÃa agotadora, arroja desde los acantilados. Acto seguido, se presenta en una abadÃa para declarar el pecado. En la siguiente secuencia vemos su cuerpo relegado a la intrascendencia de -lo que parece- alguna mazmorra infestada de alimañas carroñeras e insectos. Junto al cuerpo, su cabeza cercenada dentro de una pequeña jaula.
Seguimos, ahora, como un invitado más en la boda de Agnes. La perfecta dualidad entre la celebración y, mediante sutilezas de una expresividad y simbolismos bellÃsimos, los indicios que esbozan el comienzo del cautiverio emocional que se va volviendo más opresivo con el avance. Tras la ceremonia se enfrenta a una vida doméstica sofocante, una suegra invasiva y tirana, un marido homosexual que la rechaza (y que, por tanto, la priva de tener descendencia agravando la frustración de no cumplir con su cometido como mujer) y una profunda desolación que no alcanza a comprender.
No se nos sugestiona en sustos rápidos ni violencia explÃcita. Mejor aún. La cámara observa los detalles cotidianos de la vida rural mostrando la desesperanza a través de ciclos repetitivos que se van degenerando. El ritmo pausado puede llegar a resultar desafiante pero que es una elección consciente de los directores para crear una tensión creciente que nos contagie la angustia y la alienación. Sobre la actriz, puede que conozcan de ella su proyecto musical Soap&Skin. En lo interpretativo presume de una técnica personal exquisita que reafirma el menos es más. Minimalista pero profundamente cruda y auténtica con habilidad natural en la exposición de las emociones más descarnadas sin caer en la exageración. La empatÃa se nos hace inevitable: Agnes no es villana sino vÃctima de su contexto.
Y es que estamos ante una temática atemporal cuyas inquietudes siguen teniendo relevancia aún a dÃa de hoy. La alianza inquebrantable entre la religión y el suicidio, el estigma de la salud mental y las expectativas sociales siguen siendo problemas actuales para las mujeres. Y no lo digo yo, lo dice la estadÃstica.
El cuerpo femenino como espacio de horror
Quedan claramente reflejadas las ansiedades sociales en torno a la feminidad, la sexualidad y el castigo a lo que transgrede. A Dios no le parece bien que las mujeres tengan hobbies llegué a leer en una brillante aunque escueta reseña de Letterboxd. Bajo esta narrativa de posesión, rituales y condenas se esconde una crÃtica que no se deja encorsetar por reglas polÃticamente correctas, sobre el control del cuerpo femenino y la violencia ejercida por el orden moral y las instituciones. La mujer representa un peligro, es el origen del caos ya sea por sus deseos individualistas, su ansia de independencia o su desafÃo a los lÃmites impuestos por la comunidad. El baño del diablo es una manifestación visual y simbólica de esta obsesión con la pureza. AquÃ, como en tantas otras referencias, el agua no solo limpia sino que somete; es un medio punitivo, una tortura sacra. Nos recuerda las prácticas históricas como las ordalÃas por agua en los juicios de brujas: si una mujer flotaba era culpable pero, si se hundÃa, morÃa inocente.
El castigo, en cualquier caso, era inevitable.
A diferencia de los personajes masculinos que pueden redimirse o ser héroes trágicos, las mujeres en el horror suelen enfrentar un destino con dos únicas bifurcaciones: sumisión o aniquilación. Dilema también presente en las ya conocidas Carrie o La bruja, que exploran semejante conflicto: la transformación femenina que, en última instancia, fuerza a una mujer a decidir entre la aceptación de la condena o la apropiación de su poder aunque ello signifique el sacrificio.
Con la Historia existe este cliché de que la gente del pasado era distinta y no tenÃa nada que ver con nosotros. Y es una creencia arrogante, asumir que todos los que vinieron antes eran simplemente estúpidos. Agnes prueba lo contrario: no era una artista ni alguien con un don, solo una persona normal que se sentÃa como nos sentimos hoy dÃa. Aunque los desafÃos hayan cambiado, este mundo todavÃa pone mucha presión sobre sus habitantes y les empuja a la depresión. Porque, a veces, no hay otra forma de lidiar con nuestras sociedades.
Severin Fiala.
Algunos aspectos técnicos
Rodada en 35mm por Martin Gschlact, la fotografÃa acentúa su realismo con una cámara preferentemente estática que espÃa la vida rural con una frialdad casi documental. Hermosos planos de naturaleza densa e infinita contrarrestan la fiereza de la narrativa. No hay banda sonora omnipresente ni giros argumentales especialmente dramáticos. Solo la monotonÃa de una vida sin propósito. Agnes trabaja la tierra, lava la ropa, cocina en la oscuridad. Y asà sucesivamente.
¿Quién es, entonces, el verdadero monstruo?
No presentiremos una carga especialmente protagónica de elementos sobrenaturales explÃcitos ni de jumpscares inesperados. Si esa es tu idea del terror o del miedo mismo, probablemente te decepcione. El potencial enemigo es psicológico, no es un demonio invisible al acecho, sino el juicio. La depresión, aunque que en estos tiempos no existiera tal término, a la que se le denominaba la enfermedad melancólica, o baño del diablo.
El pueblo, como villano, es otro personaje en sà mismo que personifica la vigilancia social. Las circunstancias históricas como detonantes de los conflictos e, irónicamente, también juezas de las decisiones desesperadas a las que se acude para sobrellevarlos.
Un cÃrculo vicioso.
— Por